“Los temas que trata LA IDEA DE DIOS son atemporales, por lo tanto, Ud. puede ver los más antiguos, como los últimos, porque tienen la misma enseñanza”.

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viernes, 1 de marzo de 2013

INTRIGAS EN EL VATICANO, SE OLVIDARON DE JESUCRISTO...

SE CONSUMÓ GOLPE DE ESTADO EN EL VATICANO
EL PAPA RENUNCIA PARA LIMPIAR EL VATICANO

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LAS MITICAS INTRIGAS DE LA POLITICA VATICANA VENCIERON AL PAPA LEGÍTIMO

 

Por: Pablo Ordaz (Roma)
(EL PAIS-Madrid)

-Benedicto XVI abandona ante su incapacidad para seguir luchando contra los ‘cuervos’

-El Pontífice desea dejar paso a un sucesor con fuerza para cortar los escándalos

-Benedicto XVI renuncia agotado por las intrigas y la edad

--El Vaticano asegura que el Papa no renuncia por enfermedad.



AL FINAL DE ESTE ARTICULO, OTROS DOS PUBLICADOS  QUE EXPLICAN LA LUCHA INTERNA DE LAS FRACCIONES DENTRO DEL VATICANO POR DERROCAR AL PAPA BENEDICTO XVI:

1.-"LOS DOS "PARTIDOS" QUE MANDAN EN LA CURIA ROMANA"

2.-"SE PREPARA GOLPE DE ESTADO EN EL VATICANO-
PAPA BENEDICTO XVI CERCADO POR LA CURIA ROMANA"


Unas semanas después de regresar de su viaje a Cuba y México, en marzo de 2012, durante sus vacaciones en Castel Gandolfo, Joseph Ratzinger se asomó a un pozo muy oscuro que solo sus ojos estaban autorizados a ver. Un informe, elaborado por tres cardenales octogenarios, sobre la masiva fuga de documentos secretos que sacudió al Vaticano y que solo cesó tras la detención de Paolo Gabriele, el ayudante de cámara de Benedicto XVI. No se trataba de una componenda para cerrar el caso, sino de una investigación, llena de nombres y datos, sobre los protagonistas de las guerras de poder que desde hace años se vienen sucediendo en el Vaticano y de las que el llamado caso Vatileaks no era más que su escandalosa consecuencia.

Al cerrar el informe, Joseph Ratzinger ya tenía todos los datos. A los ángeles caídos se les puede combatir con la oración y el buen ejemplo, pero contra los príncipes de la Iglesia es más aconsejable una espada de acero templado y un brazo capaz de empuñarla. Y él ya no tenía fuerzas. Dicen que fue por aquella época cuando Benedicto XVI —un hombre tímido, incapaz de la confrontación directa, pero profundo conocedor de las intrigas vaticanas— decidió marcharse.

En la mañana de ayer, los quioscos de Roma dejaban claro que, además de la sorpresa, la prensa italiana e internacional resaltaba la coherencia de la decisión de Benedicto XVI. Su sinceridad al reconocer su cansancio, pedir perdón y marcharse. En una cafetería del Borgo Pío, el barrio de calles estrechas contiguo al Vaticano, un diplomático acreditado ante la Santa Sede pone la atención sobre un aspecto que no deja de ser llamativo: "Si se fija, prácticamente todos los diarios, cada uno con su estilo, dibujan al Papa como una víctima de las luchas de poder el Vaticano. Hace unos meses, o incluso unos años, quienes abordaban el asunto del desgobierno en la Iglesia lo hacían culpando a Ratzinger, a su falta de carácter, a su equivocada manera de elegir a los colaboradores. Está feo utilizar esta palabra refiriéndose a un papa, pero se podría decir que, con su renuncia, Joseph Ratzinger ha ejecutado la venganza perfecta. Él se va, pero con él caen todos los que le amargaron el papado e hicieron ingobernable el Vaticano".

Media hora después, en la sede romana de una congregación religiosa con fuerte arraigo en España, un prelado sonríe con la interpretación: "Es algo malvada, propia de un no creyente, inadecuada en un momento que lo único que hay que hacer es acompañar al Santo Padre que se va y prepararnos para recibir al Santo Padre que será elegido dentro de unos días, pero debo decirte que no se aleja de la realidad". Una realidad que, por su propio carácter, solo conoce Joseph Ratzinger y, tal vez, su único hombre de confianza, su secretario personal desde 2003, monseñor Georg Gänswein. La decisión de Benedicto XVI —que quiso dejar muy claro que no era la enfermedad la que lo empujaba a la renuncia, sino su falta de vigor espiritual para seguir manejando la barca de Pedro— puede conducir también al desmontaje de un organigrama de poder cada vez más alejado de las necesidades de los católicos, pero que sigue satisfaciendo la voracidad de la Curia. Cardenales enfrentados entre sí, instituciones religiosas en pugna por obtener privilegios, un secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que hace mucho tiempo perdió la confianza de un Papa que, para evitar la piedra de escándalo de la sustitución, decidió sustituirse a sí mismo.

Por otra parte, el novelesco asunto de los cuervos —los topos, los traidores— dejó en un segundo plano otro suceso de mucha más importancia para entender que el Vaticano sigue siendo un Estado más oscuro que cualquier otro. En septiembre de 2009, Ratzinger nombró al financiero Ettore Gotti Tedeschi, próximo al Opus Dei y representante del Banco de Santander en Italia desde 1992, presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), la banca del Vaticano. Según se dijo entonces, el nombramiento suponía un golpe de autoridad de Benedicto XVI, el último intento de poner en orden las finanzas de la Santa Sede, arrojar luz a lo que por definición nunca la tuvo. No hay más que recordar al cardenal estadounidense Paul Marcinkus y el escándalo del banco de Dios en los años setenta y ochenta, cuyo colofón fueron los asesinatos de Roberto Calvi, responsable de la quiebra del Banco Ambrosiano, y del banquero mafioso Michele Sindona, pertenecientes ambos a la logia masónica P2. Aquel septiembre de 2009, Gotti Tedeschi llegó al banco del Vaticano con la intención de limpiarlo, pero antes de que se cumplieran tres años se dio cuenta de que aquel trabajo era, efectivamente, muy peligroso.

Tanto que, en la primavera de 2012, Gotti Tedeschi redactó un informe secreto de todo lo que había visto en los últimos meses. Fue descubriendo que, tras algunas cuentas cifradas, se escondía dinero sucio de "políticos, intermediarios, constructores y altos funcionarios del Estado". Pero no solo. Como sostiene la fiscalía de Trapani (Sicilia), también Matteo Messina Denaro, el nuevo jefe de jefes de la Cosa Nostra, tendría su fortuna puesta a buen recaudo en el IOR a través de hombres de paja. Dicen que fue entonces cuando Gotti Tedeschi, quien se había tomado el encargo del Papa como una auténtica misión, empezó a tener miedo. Un miedo que lo llevó a procurarse una escolta y a elaborar, folio a folio, un expediente que solo vería la luz si era asesinado. Un miedo que se acrecentó cuando, coincidiendo con la detención de Paolo Gabriele por la difusión de documentos secretos, Gotti Tedeschi fue destituido al frente del banco del Vaticano. La operación de derribo al amigo del Papa, llevada a cabo por los consejeros del banco y bajo el respaldo del secretario de Estado, monseñor Bertone, incluía un "documento durísimo, que lo demolía moral y profesionalmente al dar a entender que estaba involucrado en la fuga de documentos robados al Papa", según explicó entonces Andrea Tornielli, un periodista experto en asuntos del Vaticano. No se trataba, por tanto, de deshacerse del amigo de Benedicto XVI. Se trataba de destruirlo. De ahí que cuando, por otros motivos, agentes de los Carabinieri se presentaron para practicar un registro en casa de Gotti Tedeschi, el financiero, ya despedido, se llevó un susto de muerte. "Ah, sois policías", les dijo aliviado, "creí que veníais a pegarme un tiro".

Los dos escándalos, el del mayordomo infiel y el del banquero despedido, se cerraron en falso. Paoletto recibió una condena simbólica y luego fue indultado, pero en el juicio quedó claro que se trataba de un apaño. Los silencios fueron más elocuentes que las palabras. También Gotti Tedeschi aceptó su despido en silencio, "por amor al Papa", y cuando los fiscales y los periodistas italianos intentaron indagar en el contenido del informe secreto del banquero, una nota del Vaticano los mandó callar. Y callaron, en un país donde los sumarios se airean en tiempo real. Paoletto y Gotti Tedeschi solo son los personajes pintorescos de una historia mucho más cruda, más oscura, la que vio el Papa en Castel Ganfolfo cuando se asomó a la investigación de los cardenales octogenarios.

Ese es también el Vaticano que abandona Ratzinger. Una estructura de poder tan anticuada, tan protegida de los cientos de millones de verdaderos católicos por altísimos muros de soberbia, que se ha mostrado incapaz durante décadas de escuchar, por ejemplo, el clamor contra la pederastia, el llanto de las víctimas, la protección infame de los culpables. El sucesor de Benedicto XVI ya sabe que para dirigir la barca de Pedro no solo son necesarias "la oración y las buenas palabras", sino también, o sobre todo, "el vigor tanto del cuerpo como del espíritu". La dimisión de Ratzinger no se puede interpretar por tanto como un acto de rendición. Sino como la única posibilidad de gritar de un hombre que jamás levantó la voz.
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LOS DOS "PARTIDOS" QUE MANDAN EN LA CURIA ROMANA
José Manuel Vidal

ARTICULO DE EL MUNDO-MADRID DE JUNIO 2012
La Iglesia no es un macropartido político ni una multinacional, como sostienen algunos, pero sí una institución humano-divina o divino-humana y, como tal, está sometida a las consiguientes luchas por el poder, que se tornan encarnizadas cuando un pontificado va llegando a su final. Es entonces cuando los distintos 'partidos' o 'cordadas' eclesiales se disputan la preeminencia y utilizan todos los medios a su alcance para imponer sus tesis. Eso sí, siempre 'ad maiorem gloriam Dei'.

Desde el momento en que el Pontífice reinante da muestras de la más mínima debilidad, comienzan lo que en lenguaje eclesiástico suele denominarse "las santas hostilidades": los 'partidos' se organizan, pululan los "grandes electores", cada sector ocupa posiciones y comienzan a barajarse los nombres y los perfiles de los eventuales papables.

Sin propaganda ni carteles, siempre callada y sigilosamente, con prudencia y delicadeza, 'sotto voce', los principales candidatos afilan sus armas y se lanzan a una campaña sutil, pero intensa, en busca del poder-servicio. Tan intensa que, en este final de pontificado del Papa Ratzinger, el 'Vatileaks' (sucesión de escándalos y filtraciones, y hasta detenciones) ocupa las portadas de los medios de todo el mundo.

En la Curia romana hay dos grandes partidos: el de los diplomáticos, al que algunos llaman también 'la vieja guardia', y el de los 'Bertonianos'.

Y es que ya San Bernardo de Claraval (1090-1153) adoctrinaba así a su discípulo cisterciense, convertido en pontífice con el nombre de Eugenio III, respecto a la Curia: "Son muy hábiles cuando obran el mal e incapaces de hacer el bien. Se les odia en el cielo y en la tierra, pero han extendido las manos hacia ambas cosas; son impíos con Dios y desvergonzados con las cosas santas; turbulentos entre sí, envidiosos de los que tienen al lado, sin compasión con los demás; nadie consigue amar a estos que no aman a nadie y, mientras presumen de ser temidos por todos, es inevitable que ellos mismos tengan miedo". Y lo dice un santo tan santo como San Bernardo.

Diplomáticos vs Bertonianos

Y las cosas parecen haber empeorado desde entonces. No es de extrañar que, en Roma, se suela decir que la Curia está dividida en dos mitades: los que tienen en sus manos las palancas del poder y los que esperan ansiosamente el cambio de turno. Algo que, como dicen los miembros de ambas mitades, tiene incluso su lógica evangélica y su mística primigenia, porque ya los doce se disputaban la preeminencia en el Reino y la colocación a la derecha o a la izquierda de Jesús.

Las cordadas, clanes o partidos colocan a sus peones y establecen sus respectivas estrategias. En estos momentos, en la Curia romana hay dos grandes partidos: el de los diplomáticos, al que algunos llaman también 'la vieja guardia', y el de los 'Bertonianos'. El primero está formado por cardenales curiales procedentes de la carrera diplomática. Con dos capitanes: el anterior Secretario de Estado, Angelo Sodano, y el prefecto emérito de obispos, Giovanni Battista Re. Los dos dominaron la Curia durante el largo pontificado de Juan Pablo II y consideran que los suyos deben seguir haciéndolo, por el mayor bien de la Iglesia.

De hecho, la lucha encarnizada contra el jefe de filas del otro partido, el cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, comenzó ya antes de que éste fuese designado oficialmente por el Papa para tan delicado puesto. Aducían y aducen que Bertone, un salesiano sin experiencia diplomática, no era el candidato idóneo para llevar las riendas de la sala de máquinas de la Iglesia.

Y más teniendo en cuenta que, dado que Benedicto XVI es un Papa teólogo y escritor, su Secretario de Estado tiene que suplirlo en las labores de gobierno de la Iglesia. Y, según ellos, el hombre capaz de hacerlo era el cardenal Re, pero no el pastoralista Bertone.

No hay entre ambos partidos grandes diferencias teológico-eclesiológicas, sino sólo de gestión del poder, del dinero y, especialmente, de la estrecha relación que el Vaticano siguen manteniendo con la economía y con la política italiana.

Pero el Papa se decidió por el salesiano y, desde entonces, saltaron las hostilidades. Para protegerse, el nuevo Secretario de Estado comenzó a laminar a los miembros de la cordada de los diplomáticos y a colocar a los suyos en los puestos de máximo relieve. Entre los miembros del partido bertoniano destacan los cardenales Versaldi, Bertello o Veglió. Entre los diplomáticos, además de los dos jefes de fila, figuran, por ejemplo, los cardenales Nicora, Viganó, Sandri o Tauran.

El partido de los pastoralistas

Desprestigiados por la herencia que le dejaron al Papa Ratzinger, especialmente en el caso del pederasta Marcial Maciel, fundador repudiado de los Legionarios de Cristo, los diplomáticos se crecieron a expensas de los errores de gestión cometidos por Bertone. De ahí que consiguiesen aglutinar, al menos temporalmente, a otros cardenales del partido de los 'pastoralistas'. Es decir, cardenales italianos que no pasaron por la Curia romana, como Ruini, Tettamanzi, Bagnasco o el propio Scola, actual arzobispo de Milán.

Partidos italianos y para italianos, que son los que siempre han dirigido y mandado en la Curia. Y las típicas intrigas italianas en el fondo y en la forma. No hay entre ambos partidos grandes diferencias teológico-eclesiológicas, sino sólo de gestión del poder, del dinero y, especialmente, de la estrecha relación que el Vaticano siguen manteniendo con la economía y con la política italiana.

El Papa, al menos hasta el próximo mes de diciembre en que Bertone cumpla los 80 años, no quiere prescindir de su fiel amigo y leal colaborador desde hace varias décadas. A no ser que su secretario personal, monseñor Georg Gaenswein, que gana cada vez más terreno y se ha convertido en el asesor aúlico del Papa, lo convenza para que deje caer a Bertone. No parece lo más probables, pues ambos están unidos por la misma desgracia: No poner coto a la cadena de filtraciones y de robo de documentos de las propias estancias papales.

El partido de los extranjeros

Ajenos a luchas e intrigas, los cardenales extranjeros. Los que no son de la Curia ni de Italia. La gran mayoría silenciosa, que asiste atónita a estas 'italianadas'. Indignados por la mala imagen que transmiten de toda la Iglesia, en la era de la comunicación global, algunos comienzan a unir fuerzas para crear otra cordada que ponga coto a los desmanes de los italianos.

Para alcanzar el poder (incluso en la Iglesia) no se puede ir por libre. Si un curial decidiera mantenerse aislado, cortaría el cordón umbilical que le une a los demás y quedaría fuera de juego. Hay que luchar en red.

En el partido de los extranjeros fulgen con luz propia el cardenal Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, el cardenal Odilo Pedro Scherer, arzobispo de Sao Paulo o Christoph Schönborn, arzobispo de Viena. Este equipo podría proponer a alguno de sus miembros o apostar por algún curial extranjero, como el africano Peter Turkson o al canadiense, Marc Ouellet.

Otros dos papables de garantías que, al menos por ahora, no han tomado partido públicamente por ningún bando, son los cardenales Ravasi y Piacenza. Ambos consideran que no ha llegado el momento de mover ficha, aunque el segundo podría tener muchas posibilidades de suceder a Bertone, si, finalmente, el Papa decide aceptarle la renuncia.

Subclanes y camarillas

Dentro de cada gran 'familia', hay diversos subclanes, corrientes, camarillas y lobbys. Por ejemplo, el clan cercano al Opus Dei. O el de los vinculados a Comunión y Liberación. O los relacionados con los Caballeros de Colón. O la cofradía curial(a la que también se le llama 'masónica', no porque sus miembros pertenezcan a la francmasonería, sino porque se trata de una estructura y de una gestión del poder que reclama la articulación y los métodos de la masonería), de la que forman parte toda una serie de cardenales, obispos, prelados y seglares, que luchan contra las aspiraciones hegemónicas del Opus Dei.

Y es que, para alcanzar el poder (incluso en la Iglesia) no se puede ir por libre. Si un curial decidiera mantenerse aislado, cortaría el cordón umbilical que le une a los demás y quedaría fuera de juego. Hay que luchar en red. Y la red arrincona a los no asociados y les deja fuera de combate. Los curiales tienen que elegir familia adoptiva y jefe, al que prestan máxima atención y tributan un homenaje incondicional. De palabra y de obra tienen que dar muestras de máxima fidelidad al clan. Todos para uno y uno para todos. De ahí que los dignatario de la Curia pertenecientes a los dos clanes vayan subiendo en racimos, como las cerezas, en un hábil juego de contrapesos, para repartir el poder y mantener el equilibrio entre las dos grandes corrientes y los personajes de los dos clanes contrarios.

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"SE PREPARA GOLPE DE ESTADO EN EL VATICANO--
PAPA BENEDICTO XVI CERCADO POR LA CURIA ROMANA
MIGUEL MORA-ROMA

ARTICULO APARECIDO EN EL PAIS EN MARZO 2009

"El Papa no está solo. Todos sus colaboradores más cercanos le son lealmente fieles y están profundamente unidos a él". El desmentido lanzado ayer(viernes 13 de marzo) por el cardenal Tarcisio Bertone, número dos de Benedicto XVI y secretario del Estado vaticano, no deja lugar a dudas. Recuerda las coletillas que se usan en situaciones excepcionales o desesperadas, en golpes de Estado por ejemplo. Así están las cosas en el Vaticano. A casi dos meses vista del estallido del perdón a los obispos lefebvrianos, -incluido Williamson, el que se empeña en negar el Holocausto- el Papa ha caído herido por el intenso fuego amigo.

Se le reprocha no haber pedido a los obispos su adhesión clara al Concilio II
Dentro de la Iglesia "se muerde y se devora". Ése es el insólito mensaje que Ratzinger envió a los católicos en su ya histórica carta a los obispos de todo el mundo, que fue conocida el miércoles, un día antes de lo previsto, gracias a una nueva filtración de la curia, en la segunda fuga de información de las últimas semanas.

Usando palabras medidas, pero más íntimas que nunca, el frío Papa alemán se desnuda ante el mundo con una sinceridad nunca vista, tanto por el tono como por el contenido. Ratzinger no se queja de las críticas de laicos y judíos, al revés alaba "la ayuda de los amigos hebreos", hace autocrítica y admite errores de comunicación, pide perdón por no usar más Internet, se confiesa lacerado por la actitud beligerante de sus propias ovejas. El enemigo en casa: "Odio sin temor ni reserva", "hostilidad lista para el ataque".

La crisis que revela la carta es gravísima. El estado de ánimo del Papa, más que triste, profundamente solo y decepcionado, llena de sombras el presente y el futuro de su pontificado. Cuatro años después de su elección, "la curia está en desbandada y el Papa sigue encerrado en su palacio", escribía ayer Marco Politi, vaticanista de La Repubblica.

L'Osservatore Romano, el órgano de la Santa Sede, se atreve a definir las críticas católicas al Papa como "el mayor escándalo de los tiempos recientes", pone el adjetivo "miserables" a las fugas de información, habla de "manipulaciones" de la curia y recuerda al equipo de Gobierno que es un "organismo colegiado que tiene un deber de ejemplaridad".

El Papa desvela más: dice que ese clima de guerra civil, ese descontento, estaba latente, y ha salido a la luz del sol aprovechando el escándalo global creado por el perdón de la excomunión de los lefebvrianos. Un gesto magnánimo hacia los preconciliares, que quería ser de "discreta misericordia" y que se justifica en la virtuosa necesidad de unir a una Iglesia en crisis, es aprovechado por sus adversarios para "morder" y provocar una división aún mayor.

La revuelta parte de los grandes episcopados europeos, todos ellos muy sensibles a la cuestión judía (Alemania, con la sublevación de 60 teólogos; luego Austria, más tarde Francia y Suiza). Los críticos reprochan al Papa sobre todo una cosa: que no pidiera de forma preventiva a los lefebvrianos una adhesión clara al Concilio II. Ésa es la sustancia de la controversia, casi oculta tras la bomba mediática de la entrevista a Williamson en la que el obispo lefebvriano negaba el Holocausto. Lejos de ver en la decisión un futuro de unidad, muchos obispos juzgan como una involución el generoso trato ofrecido a los cismáticos. Una vuelta a un pasado oscuro y cerrado. Como dice un jesuita español destinado en Roma, "el concilio es la Iglesia; sin concilio no existimos".

Dentro de la curia -los cientos de obispos y cardenales que llevan la gestión diaria de la Santa Sede desde una treintena de congregaciones, tribunales, oficinas y consejos pontificios-, las lamentaciones son de otra índole. La principal es que un Papa como Dios manda no debe dar nunca marcha atrás. Y Benedicto XVI lo ha hecho dos veces en un mes. En Austria, al revocar el nombramiento del obispo auxiliar de Linz, el ultraconservador Gerhard Maria Wagner, ante el clamor suscitado en el país. Y en Roma, al conceder el perdón a los lefebvrianos y congelarlo luego.

Además, están los síntomas de guerrilla, la disfuncionalidad general en la gestión, las torpes prácticas de comunicación, el hielo entre el cardenal Bertone y la curia. Y a eso se suma el aislamiento del líder: la abstracción del Papa -ahora remata su primera encíclica social y la segunda parte del libro sobre Jesucristo-, la ausencia de un equipo con el que contrastar opiniones, la falta de una línea de mando, la escasez de cardenales fieles.

Caben en una mano: Bertone; el sucesor de Ratzinger al frente de la Congregación para la Doctrina de la fe, Joseph Levada; el nuevo responsable del Culto Divino, Antonio Cañizares; y Grocholewski, que se ocupa de Educación Católica.

Entre los demás, el deporte favorito es comparar a Benedicto XVI con Juan Pablo II. Inagotable tema de conversación en la curia, la nostalgia de los buenos y no tan viejos tiempos. La verdadera cruz de Ratzinger, bastón doctrinal de Wojtyla durante 20 años, es Wojtyla. "Él no tiene su carisma, no tiene su capacidad de llegar a la gente, no tiene su visión política. Vive apartado del mundo", resume Sor María, monja genovesa, profesora en un colegio de Roma.
FUENTE
http://www.cedec.cl
 

LA IDEA DE DIOS.


 

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